Jugandeando en las Escuelas Rurales
Después de 7 meses de viaje en kombi, algunas pruebas técnicas de mecánica y paciencia, llegamos a Junín de los Andes con la ilusión de visitar algunas escuelas rurales. Desde los inicios del proyecto soñábamos con la posibilidad de poder conocer cómo era la vida en zonas rurales, aunque ya habíamos visitado una Escuela Rural, otras urbanas, públicas, privadas, con diferentes pedagogías, en ciudades y en lugares más pequeños, todavía vibraba fuerte ese deseo.
Cuando llegamos a Neuquén descubrimos que en algunos distritos de la provincia las Escuelas Rurales funcionan de Septiembre a Mayo por el crudo invierno.
Y como siempre nos enseña este viaje todo llega a su momento, y a través de una persona especial.
Hay una red mágica de seres que desde diferentes lugares están transformando el mundo.Con esa utopía como horizonte forman guetos de lucha y alegría para compartir con otrxs compañerxs.
Lo sabemos porque lo vivimos en cada lugar que visitamos y también en Junín de los Andes. Ahí conocimos a Moni la supervisora de escuelas del departamento de Huiliches, entre mates, y charlas, nos recibió, adoptó y llevó a cada Escuela que visitamos.
Así empezó la gira más mágica de todas, despertamos durante una semana cada mañana sabiendo que había que ir a la Escuela a jugar. Viajábamos algunos kilómetros (a veces más, a veces menos) entre montañas áridas, Araucarias, atravesando lagos, como el Huechulafquen, con la compañía algunas veces del Volcán Lanín, y una bandera mapuche, a lo lejos flameando en el cielo, nos avisaba que habíamos llegado a destino.
Allí nos recibía la directora nos presentaba a docentes y demás trabajadorxs y cada tanto aparecían algunas caras curiosxs queriendo saber quiénes éramos, y qué hacíamos ahí.
En media hora desplegamos y armábamos la zona de juegos, nos poníamos nuestra ropa de trabajo, y con peluca y sombrero, aparecían Valeria y Hernán. Dos enfermerxs lúdicos que venían a acercar una medicina natural, el juego. Durante dos horas jugabamos juntxs en ronda, nos desafiamos, conectabamos y pasabamos al juego libre, transitando por el espacio jugabamos a lo que queríamos con quien queriamos y como queriamos. Hasta volver a entrelazarnos y hacer volar un paracaídas, para preguntarnos cómo la habíamos pasado, a que habíamos jugado. y entre sonrisas, y abrazos agradecernos lo compartido.
Con algunos retoques esa rutina se repitió en la Escuela n°222 Chiquilihuin, la Escuela n°130 El Salitral, la Escuela n°308 Atreuco Arriba ,y la Escuela n°252 Paimun.
Esta experiencia nos atravesó muchísimo porque pudimos ser parte de una realidad totalmente desconocida para nosotrxs. Vivir entre montañas, te brinda la posibilidad de estar en medio de la naturaleza, y con una paz, que marca otro tiempo. Pero también las distancias, y los accesos son otros, no hay espacios de encuentro más allá de la Escuela y el punto sanitario (que en la mayoría de los casos se encuentran al lado).
Muchos niñxs ayudan a trabajar a sus familias, y si bien hay una conexión lúdica con su entorno, y mucha exploración al aire libre,no hay un lugar y espacio para el juego, no hay plazas, clubes, solo vecinos a kilómetros .
Todo lo que conocemos quienes venimos de la ciudad no existe, por lo cual es muy necesario que existan propuestas recreativas para poder ser jugando-soñando con otrxs.
Tiempo más tarde en Mendoza visitamos la Escuela N°1-588 Escuadrón de infantería Manuel belgrano de Fray Luis Beltrán, y en Villa María, Córdoba la Escuela rural Fray Anselmo Chianea. Y volvimos a comprobar el placer y el sentido de jugar y regalar tiempo de juego.